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«Rompes cosas para saber qué hay dentro. Arreglas cosas y a veces funcionan… Se te ocurren ideas que no sabes muy bien cómo llevar a cabo y las apuntas en una lista. Esa lista se convierte en un libro de 40 páginas con ilustraciones. Consultas internet para aprender sobre algo y al rato te das cuenta de que tienes 40 pestañas abiertas con información útil para leer». Son los rasgos que componen la ‘Pequeña guía para saber si eres un verdadero maker’ en la web de un ‘maker space’ zaragozano, los espacios de fabricación digital donde estos tecnológicos ‘juanpalomos’ se guisan y se construyen lo que ellos mismos imaginan: desde un robot educativo a un traje relajante o una antena para conectar con un satélite.
Esa cultura basada en compartir el conocimiento nació del movimiento de software libre, creció con Arduino y se popularizó con las impresoras 3D. En los espacios maker se dispone además de equipamientos como cortadoras láser y fresadoras por control numérico, cuyo uso se comparte.
En el Centro de Arte y Tecnología Etopia de Zaragoza, ocho laboratorios: de fabricación, prototipado digital, sensorización, visualización, audio, biología (Wetlab), computación y robótica componen los Laboratorios Césardesde 2015. Con un equipamiento científico valorado en 500.000 euros financiados mediante fondos Feder, están abiertos a la ciudadanía en virtud de un convenio entre la Universidad (UZ) y el Ayuntamiento de Zaragoza (que destina una partida de 60.000 euros anuales para que la UZ contrate el personal). Se han desarrollado o están en el horno proyectos universitarios como Drones y mazmorraso Micromascotas, pero también iniciativas artísticas, ciudadanas y personales.
En esta ciudad hay un vigoroso movimiento maker; «hay mucha gente con impresora 3D en casa, algunos se están conociendo aquí; otros ya forman colectivos y, al acercarse a los Laboratorios César, no han dejado su comunidad pero están alimentando esta», señala Lina Mónaco, una arquitecta experta en fabricación que asesora a los usuarios en el uso de las máquinas y en la fase de diseño en el Laboratorio de Fabricación de los César. «Los inventores siempre han existido en su despacho; la verdadera revolución, el gran reto de la ciencia ciudadana, es que empiecen a ser comunidad», añade.
Así, mientras «el programador está en su cuarto, aquí tienes que ir al ‘fablab’ comunitario a fabricar –añade Sanz, también director ejecutivo de la Fundación para la Ciencia Ciudadana Ibercivis–, es más social, porque la forma natural de trabajar es colaborativa. Para fabricar necesitas de otras personas, por eso el de los makers es un mundo más abierto, casi como un club social«. Y esto hace que sus integrantes sean «menos frikis de lo que pueda parecer», aunque «que un brazo robótico se mueva al mundo maker le emociona y eso no es muy común». Proceden del mundo de la informática, la electrónica, el diseño y la arquitectura, pero son, «sobre todo, gente curiosa, que quiere entender cómo funcionan las cosas y construir lo que tienen en la cabeza».
Pero ¿qué hacen los makers?
En Etopia van tomando forma varios proyectos ciudadanos elegidos a través de las convocatorias públicas César: unas cien personas con perfiles muy diversos trabajaron en 2017 en 15 proyectos diferentes y este año se están desarrollando ocho proyectos (de 45 presentados) en el marco de la segunda edición. Pero, además, los jueves y viernes por la tarde, los laboratorios están abiertos a ciudadanos y colectivos, que se acercan a las cortadoras láser y fresadoras CNC para aprender y proponer sus proyectos, siempre asesorados. Por aquí vienen estudiantes universitarios que quieren prototipar algo, estudiantes de secundaria que fueron de visita y vuelven, pero también padres que han traído a sus hijos a las colonias de Etopia y, por supuesto, miembros del gran colectivo maker que hay en Zaragoza. Por los Laboratorios César ha pasado «hasta un cura que estudiaba los patrones de las celosías de las ventanas». Quienes los atienden aprenden a no juzgar porque «la gente te sorprende: vino una señora jubilada a hacerse un grabado y acabó dándonos consejos porque había sido profesora del programa que comanda la cortadora láser».
Por su rapidez, esta máquina es la más deseada por los usuarios de los Laboratorios César. Lo más grande que se ha fabricado en ella son piezas para hacer nada menos que una casa. Lo más curioso que se ha cortado: un filete fino de jamón con una determinada forma. Lo más popular: grabar fotos en madera o en la carcasa del móvil. Cunas, una guitarra, una tabla de lavar para usarla como instrumento… son algunos de los variopintos objetos fabricados aquí. “Del alguna manera, así se cierra el círculo: después de haber transformado el mundo real en bits con la informática, ahora se diseña en el ordenador y, de forma rápida, gracias a tecnologías como la impresión 3D, se lleva algo al mundo físico”. Por algo aquel primer fablab del MIT se llamaba Laboratorio de Bits y Átomos.
Aunque en los Laboratorios César tienen obsesión por que las máquinas se usen, y prefieren «que se rompan usándolas y no de viejas», hay unas reglas básicas de responsabilidad, limpieza y seguridad, que incluyen cuidar el equipamiento. Estar abiertos a la comunidad conlleva el reto de la convivencia «y cada cual tiene su ego», aunque «está bien compartir, a veces nos enfadamos –por ejemplo, aunque todo se documente y comparta, puede haber conflictos de méritos y autorías–. Pero prevalece el trabajo en equipo sobre las discusiones».
Independientes
César no es el único lugar de encuentro de los makers zaragozanos. «Algunos prefieren autoorganizarse –reconoce Sanz–. Está abierto el debate de si un maker pierde libertad si trabaja en las instalaciones de un Ayuntamiento o una institución».
Desde marzo de este año, en la calle de Madre Sacramento funciona el Zaragoza Maker Space, una asociación sin ánimo de lucro donde se desarrollan proyectos tecnológicos y se imparten cursos. Uno de sus fundadores, Pablo Aliaga, cuenta que nació como una escisión del desaparecido Dlabs Hacker Space, donde llegó a haber 30 socios. A veces, «la autoorganización se complica porque es difícil tratar con personas», reconoce. Actualmente, en Zaragoza Maker Space hay 14 socios que pagan 50 euros al mes. «Hay cinco responsables con llave y todas las tardes está abierto», indica. Para él, el principal valor de este tipo de espacios es «la independencia; estar cuando uno quiere; a veces una comunidad pequeña es más proactiva que las grandes porque el contacto es más personal». Muchas herramientas digitales «nos las hemos donado nosotros mismos» y en la que llaman ‘Zona de rapiña’ almacenan cualquier pantallita, motor u ordenador viejo que encuentran o les ceden; todo se aprovecha.
A veces, el maker que, por amor al arte, se asocia con otros y busca un espacio para evitarse broncas por ensuciar la casa fabricando y tener la impresora 3D en funcionamiento a todas horas acaba viendo la oportunidad de hacer de ello una forma de vida. Así lo han decidido tres miembros de la asociación Makeroni: Esther Borao, Luis Martín y Jorge Mata, dos ingenieros y un técnico en electrónica que se han lanzado al emprendimiento creando Innovart, un estudio tecnológico creativo. Dejaron sus trabajos o pidieron excedencias y se animaron, motivados, explica Martín, por «querer hacer cosas a tiempo completo y vivir de ello». En su opinión, «la filosofía maker no está reñida con estar retribuido; por ejemplo, los talleres que impartimos son desarrollos propios, así que nos seguimos considerando makers». Y le dan una vuelta de tuerca a la palabra colaboración: «La colaboración no tiene por qué quedarse en el ecosistema maker, también podemos colaborar con terceros: empresas, gobiernos…». De hecho, «se está gestando un acuerdo con el Ejército para enviar unos experimentos a la base antártica Gabriel de Castilla a cambio de cederles una impresora 3D y formarles para usarla y así obtener piezas de repuesto en caso necesario». En septiembre abrirán en la zona de la Romareda una Academia de Inventores que ofrecerá a niños de 6 a 18 años «una formación de cuatro años de duración con contenido curricular propio en mecánica, ciencia, robótica y programación. De allí se saldrá con el título de Inventor».
También en Zaragoza, a finales de este año se prevé que esté plenamente operativo un fablab dirigido principalmente a profesionales y a empresas. Es una iniciativa de Aesa Aragonesa de Equipamiento, en colaboración con Centro Imasd. Javier Crespo, de Aesa, considera que «normalmente este tipo de espacios está destinado a ciudadanos particulares y a la docencia, y pensamos que facilitar un servicio de I+D+i ayudará a micro y pequeñas empresas a invertir en innovación». Desde allí, se les ofrecerá asesoría técnica y un espacio dotado de los recursos personales, técnicos y materiales para desarrollar proyectos de automatización industrial (internet de las cosas, industria 4.0) basados en tecnologías ‘open source’.
Pero, al tiempo que esta corriente avanza, habrá que cuidar la esencia maker. Pues, aunque «cada vez hay más gente interesada, se abaratan las máquinas, tenemos más tiempo libre y conocimiento», Francisco Sanz alerta, desde los Laboratorios César, de que «no basta con unir dos cables y que algo funcione, hay que entenderlo, no son manualidades ni una casa de milagros; tener una máquina no te hace hacer cosas increíbles; hace falta ilusión, pasión por el conocimiento«. Mantener viva la curiosidad y no pasar de la etapa del porqué.
Solo este verano, 730 niños han pasado por las Colonias Etopia Kids organizadas por la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento. Como novedad, sesenta de ellos fueron jóvenes de entre 13 y 16 años que se iniciaron en el mundo maker desde el aula Diwoks Summer.
Con el equipamiento de los Laboratorios César a su disposición y Pablo Aliaga e Inmaculada Barcenilla como tutores «que no enseñamos sino que ayudamos a aprender», han desarrollado sus proyectos en grupos de 12. Todo bajo la premisa Diwo, es decir, ‘do it with others’, hazlo con otros, donde, señala Aliaga, «hay más cooperación que competitividad, porque no a todos se nos da bien programar, diseñar o montar, pero juntos hacemos el proyecto más rico». Para él, la filosofía maker aporta a la educación que los chavales «no se conformen con lo que tienen, que, en vez de estar pegados al móvil en el sofá, les demos herramientas para crear lo que quieran, equivocándose al crear: el fracaso es un paso». La principal batalla «es contra el ‘yamismismo’, hacerles ver que en el mundo maker no puedes pagar lo que quieres con dinero, sino con conocimiento, porque cuesta esfuerzo sentarse a desarrollar». ¿Y qué hacen estos jovencísimos makers? «Piensan en juguetes, en cosas para jugar ellos y divertirse, más que en cómo solucionar problemas».
Pero no siempre es así, un buscador de chupetes de niños, un robot que indica si eres un buen cuidador de perros, un contador de tuits, un plantador de árboles, un dispensador de semillas o un limpiaplazas fueron algunos de los proyectos inventados por niños y niñas de 8 a 16 años y presentados a la II Muestra Jóvenes Creadores Huesca Makers, celebrada el pasado mes de junio en el Planetario de Aragón. Los 21 participantes se han formado en la academia de robótica educativa y programación Mini Vinci. Su responsable, Patricia Heredia, cree que de esta forma «se crea conciencia sobre la importancia de la cultura creadora para fomentar una educación de la creatividad y la innovación en las escuelas».
Poco a poco, la filosofía maker va entrando también en la escuela, a través de la robótica, la impresión 3D, Arduino… En el Colegio Juan de Lanuza de Zaragoza tienen desde el pasado curso 2017-18 un Espacio Maker equipado con kits de Arduino, ordenadores, impresoras 3D… Cristian Ruiz, coordinador TIC de este centro, lo entiende como un lugar donde «los alumnos son los protagonistas de su propio aprendizaje, aprenden lo que quieren o lo que necesiten para realizar un proyecto, y conseguimos conectar sus intereses con unos contenidos, en este caso, relacionados con nuevas tecnologías».
Incorporar a los jóvenes a la cuarta revolución industrial «de forma blanda, evitando que se abra una nueva brecha digital tras la socialización de la informática» es uno de los objetivos de La Remolacha Hacklab, zona de talleres ubicada en Zaragoza Activa. «Si no, se hará un nuevo abismo entre quienes saben manejar una impresora 3D, hackear su propio teléfono o hacer una campaña de crowdfunding y quienes solo usan el móvil para hacerse selfis y mandar whatsapps», señala Jesús Alquézar, director de Zaragoza Activa. Por eso, este espacio municipal de 120 m2, con áreas de Huerta-Artesanía y Maker-Robótica, se concibe como un espacio de aprendizaje práctico y colaborativo, orientado a la realización de proyectos y a la innovación social. Con acciones formativas como la Academia de Inventores y la Escuela de Makers. En torno a ellas se desarrollan pequeños proyectos abiertos, desde autofabricación de vinilos a robots reciclados. La idea, indica Alquézar, es «que el código abierto sea para nuestros jóvenes el nuevo inglés».
«Llegué a aquel antro con una amiga, por si no salía viva». Cuky Barcenilla se había apuntado a un taller titulado ‘Sácale vida a tu router’ que cambió la suya. «Éramos 20 hombres y yo y pensé ¿pero qué hago aquí? Ellos hablaban en marciano, pero vi las impresoras 3D, las herramientas, la madera, linux, arduino… y me dije: ‘Yo quiero aprender esto’». Y así se convirtió en la primera mujer en Dlabs Hacker Space. Antes de que se disolviera este espacio maker, llegó a haber tan solo otra más: Esther Borao.
Francisco Sanz lo compara con el mundo informático, «tradicionalmente más de chicos», y piensa que «los entornos maker resultan más abiertos a las chicas», aunque, consciente de que son un valor escaso, procura, «con mucho respeto, cuidar a las convencidas, que estén cómodas» en los laboratorios. Pablo Aliaga señala que, en Zaragoza Maker Space, «a ninguna chica se le dice que no, pero es que ninguna viene; cuesta que se acerquen por su propio pie, a veces son ‘novias de’». Marta Campos apunta que, «aunque haya mujeres, como pasa también en el arte, tienen más visibilidad los hombres«.
Un fenómeno curioso es que, señala Borao, «hasta los 11 años hay niñas en los cursos de tecnología, pero después empiezan a verlo algo de frikis» y se alejan. Este año, ha participado en las Colonias Etopia Kids tan solo un 34% de chicas. Aliaga, profesor en la colonia, aporta el punto de vista de una amiga profesora: «Por muy mayores que seamos los hombres, siempre buscamos el juego, ya sea en el fútbol o el baloncesto , y la cultura maker tiene algo de ‘juego’, mientras las mujeres van a lo práctico».
Para no perder todo ese talento femenino, ya se hacen encuentros y talleres solo para niñas o mujeres: el Arduino Day 2017, la Girls Tech Summer Camp Edition en junio en La Remolacha Hacklab oWomen Techmakers el próximo 20 de octubre en Zaragoza. ¿Es la solución? Borao percibe que las niñas «se abren más si el taller es solo de chicas, porque ellas mismas se ponen barreras y, en talleres mixtos, tienden a dar más importancia a lo que dicen los hombres».
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GALERÍA DE MAKERS
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‘Look at me please’ (LAMP, ‘Mírame, por favor’) son unos intermitentes para hacer visibles a los ciclistas y uno de los proyectos puestos en marcha con la primera convocatoria César. Su ‘hacedora’, Inmaculada (o Cuky) Barcenilla (Madrid, 1977) pensó en ello tras fijarse «en los mil inventos que hace la gente para colocarse lucecitas y reflectantes; hay una necesidad». El prototipo «es como una mochila, pero la idea es que pudiera acoplarse no solo a la espalda, sino a la bici, a la cesta o a la silla de bebé». Está parado desde hace casi un año y le gustaría retomarlo, «pero eso exige meter mucho desarrollo de producto y dinero, y hay que comer». En su caso impartiendo talleres.
Geógrafa de formación, dio un giro a su trayectoria y, «a mis 40 años, me he subido al carro maker, aunque me considero más hacker, alguien que aprende haciendo pero investigando». Pese a que se decantó por las Letras, siempre le gustó destripar las cosas «para replicarlas o mejorarlas». Y, así, ha inventado Powerino, una versión de Arduino pero con batería integrada. «Si Arduino me lo compra y distribuye, genial, porque yo no tengo dinero para patentes, así que prefiero ponerlo en abierto porque, total, te van a copiar igual», señala.
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Son una familia con ranuras en la cabeza. Una familia de robots con sensores, ‘The Ifs’, con la que un niño de solo 3 años puede aprender a programar sin teclear en un ordenador. Programación tangible en forma de juguete. «No es necesario ni que el niño sepa leer», explica Esther Borao (Gallur, 1988), una de las promotoras del proyecto desde la asociación Makeroni. Esta iniciativa maker va camino del mercado, impulsada por diversos y estimulantes soplidos (programas de emprendimiento, ‘crowdfunding’…). En diciembre buscarán el último empujón, «ya para fabricar el producto y venderlo», a través de la campaña nacional de crowdfunding Kick Starter. No será antes de las navidades de 2019.
Aunque pronto le atrajeron los ordenadores y consolas, descubrió la tecnología en la carrera: «Encontré que la teoría de circuitos era lo que me gustaba». Cuando estudiaba Ingeniería Industrial «echaba en falta un poco de creatividad». Luego conoció la web Creative Applications, Arduino y programación creativa y conectó con Etopia Kids y el Arduino Day. Para ella, la filosofía maker «pone en práctica la teoría. Ser maker te permite hacer realidad lo que te imaginas. Algo mucho mejor que decir: voy a una tienda y me lo compro».
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Automatizar la generación de mapas en caso de catástrofe es la motivación que late detrás del proyecto Drone Map. Agrupa a informáticos, geógrafos, topógrafos, expertos en aeromodelismo… José Luis Berrocal (Madrid, 1978) descubrió en una conferencia en Dubai lo difícil que resulta disponer de mapas fiables cuando un desastre ha cambiado el terreno. En un terremoto como el de Nepal en 2015, los nuevos mapas tardaron días en generarse. Para convertir esos días en horas, pensó en «combinar tecnologías ya existentes: software libre para procesar imágenes para modelos 3D y drones para tomar fotos». Y surgió Drone Map, que recibió un primer impulso con César, ampliado en la segunda convocatoria: primero con un dron que construyeron desde cero y ahora con un avión basado en el mismo software. Su idea es poder aplicarlo en caso de riadas. El año pasado, cuando ocurrieron las inundaciones de Colombia, tuvieron oportunidad de colaborar con la gente de fotogrametría de Open Street Maps, «que es como una wikipedia de los mapas», procesando imágenes.
Berrocal es ingeniero en Electrónica Industrial y trabaja como programador. «Siempre me ha gustado investigar para mejorar las cosas«, señala.
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No es un comunicador, sino una herramienta pedagógica para que niños con problemas de comunicación, por ejemplo con trastorno del espectro autista, aprendan a expresarse. En la primera convocatoria César, y en colaboración con el colegio de educación especial Alborada, se puso la semilla de Teacch-Fi, «un dispositivo para interactuar con el ordenador a través de fichas con pictogramas», explica Enrique Torres (Tudela, 1969), quien vio en la fabricación a medida una oportunidad de crear equipamiento para personas con necesidades especiales, dado el alto nivel de adaptación y personalización que precisan. La idea sigue en marcha, bajo el nombre de Tactilian, pero «para que llegue a los colegios, hay que desarrollarlo como producto, en forma de kit mecanizado que solo haya que montar». Por eso estudia convertirlo en una ‘spin off’ de la Universidad de Zaragoza, donde es profesor en el Departamento de Informática e Ingeniería de Sistemas. «Mi trabajo habitual es muy intangible, en el ordenador todo es virtual, etéreo, y a mí me gusta construir cosas con volumen, que se puedan tocar», explica. Antes, saciaba «esa necesidad de materializar cosas con el bricolaje y cuando abrieron los laboratorios César me acerqué al mundo maker».
[/et_pb_team_member][et_pb_team_member name=»Pablo Rubio: %22Todos comparten lo que saben y vas aprendiendo%22″ image_url=»http://ciencia-ciudadana.es/wp-content/uploads/2018/08/pablorubio_90eb185b.jpg» _builder_version=»3.12.2″]
No es el padre del robot educativo Escornabot, pero sí el padrino. Pablo Rubio (Zaragoza, 1983) se considera «un eslabón de la cadena maker». «Cuando digo que solo soy un difusor de Escornabot, sus creadores gallegos me echan la bronca; me tienen como adoptado», dice. Lo primero que hizo fue documentar todo muy bien, «adaptándolo a gente de nivel cero, para quitar un peldaño y que cualquiera lo pudiera replicar». Pero, además, reparte gratis por el mundo Escornabots viajeros; los últimos a profesores de Ceuta, dos pueblecitos de Ávila, Valencia, y Málaga. A partir de 200 dejó de contar. El salón de su casa está lleno de piezas, componentes, robots…, «es una minifactoría de Escornabot». Cada juego de piezas tarda cuatro horas en imprimirse.
Le encanta que para ser un maker no haga falta formación técnica «ni ser Pedro Duque». Él es administrativo y trabaja de encargado de almacén en la DGA. Hace un par de años empezó a interesarse por los drones, se hizo piloto y cursó un máster en drones e impresión 3D en la Universidad de Madrid a Distancia, «pero aprendí más por mi cuenta», a través de tutoriales ‘online’. El mundo maker es «muy amigable a la hora de resolver dudas y ayudar; todos comparten lo que saben y vas aprendiendo».
[/et_pb_team_member][et_pb_team_member name=»Mario Melendo: %22La información está disponible: si la buscas, la encuentras%22″ image_url=»http://ciencia-ciudadana.es/wp-content/uploads/2018/08/mariomelendo_baa4746b.jpg» _builder_version=»3.12.2″]
«Me quiero construir una casa. ¿Soy un maker? No sé». En medio del laboratorio de Fabricación César en Etopia, se levantan dos enormes piezas conectadas. Son dos de las ‘costillas’ que Mario Melendo (Zaragoza, 1976) cortó en la fresadora CNC después de haberse descargado los dibujos vectoriales de la piezas. Forman la estructura de una wikihouse, un proyecto abierto pensado para «democratizar y simplificar la construcción de algo tan básico como la vivienda, todo ‘open source’ y con el menor uso de materiales posible». A partir de septiembre, Melendo impartirá unos talleres abiertos para mostrar cómo se pasa del diseño en 3D a la pieza que corta la fresadora de un tablero de contrachapado. «Veremos cómo se construye –es muy sencillo: la cortas y montas como si fuera un puzle unido con tornillos– y conoceremos ejemplos» de un movimiento nacido en Inglaterra. Él pasó dos semanas colaborando voluntariamente en el montaje de una de estas casas en Holanda. No es arquitecto sino físico y trabaja en física médica y como ingeniero de equipos de diagnóstico y tratamiento. Sabe que«con conocimiento y tiempo, puedes hacer muchas cosas; la información está disponible: si la buscas, la encuentras».
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«Así como el software libre ha sido el catalizador de una internet sin fronteras, desde la comunidad de hackers creada en torno al proyecto Prometeo pretendemos que en energía pase algo similar». Participan en ella de forma activa cerca de 40 personas. Óscar Puyal (Poleñino, 1964) actúa de facilitador y coordina las reuniones. Además de formarse para trabajar independientemente y de experimentar con tecnologías al alcance de todos, han desarrollado y fabricado un prototipo de medidor inteligente de energía de código abierto que no paran de mejorar. Del Open Urban Lab de Etopia ha salido un dispositivo que permite ahorrar en el centro de trabajo o el domicilio «para dar una herramienta a la sociedad ante la necesidad de cambiar el modelo energético» porque «ser conscientes de lo que gastamos y lo que generamos es el primer paso».
Ingeniero técnico en Electrónica Industrial en la empresa Endef, ha visto cómo, en los comienzos, en el movimiento del software libre «salíamos de la universidad y hacíamos proyectos muy tecnológicos, cosas maravillosas que nadie quería«. Ahora, las comunidades maker tienen «más color, más diversidad, hay maestros, jubilados, gente con interés… y esto nos ha hecho poner los pies en el suelo y ver las necesidades reales».
[/et_pb_team_member][et_pb_team_member name=»Marta Pérez Campos: %22El público puede apropiarse del arte al colgar todo en internet%22″ image_url=»http://ciencia-ciudadana.es/wp-content/uploads/2018/08/martaperezcampos_0f1311d0.jpg» _builder_version=»3.12.2″]
La idea de crear una prenda de vestir relajante partió de lo mucho que le cuesta personalmente a ella hablar en público. Marta Pérez Campos (Mallén, 1990) desarrolla el segundo prototipo de Anxiume, uno de los proyectos seleccionados por la convocatoria César. Quería que fuera un proyecto colaborativo y tiene a su lado a Esther Borao, en la parte técnica, y a la perfumista Isabel Guerrero. Porque este ‘wearable’ detecta la ansiedad midiendo el pulso y la sudoración y «cuando determina que la persona está nerviosa, libera una fragancia que la calma». Es más un proyecto artístico que de diseño, por eso encajó con la filosofía maker. «No quiero crear una prenda milagrosa ni un producto comercializable, sino especular con la idea».
Estudió Bellas Artes en Teruel y un máster sobre arte digital e interactivo en Linz (Austria) y no se considera una maker, «al menos no siempre». «No soy una maker que crea artilugios todo el rato», sino más bien «una artista con algún proyecto enmarcable en la filosofía maker». «Es la primera vez que me fundo con el mundo maker hasta el punto de poner las tripas de un proyecto disponibles. Al colgar toda la documentación en internet, el público puede apropiarse de algún modo del arte».
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