«Necesitamos el CSIC», escribe Cristina Delgado en Heraldo de Aragón. Y es que «el CSIC no es cualquier cosa, es el mayor organismo de investigación del país, un centro puntero a nivel mundial». Estamos además de acuerdo en que «representa todo eso de lo que vamos escasos en España: innovación, desarrollo, investigación…», y que resulta descorazonador que un organismo como el CSIC tenga que salir a la palestra suplicando fondos para subsistir (en la última semana, rueda de prensa de Lora Tamayo, director del CSIC: «La situación es un cataclismo» , «El CSIC y el oráculo de Delfos», «El ‘caso CSIC’ o la banalidad del mal», «La ciencia como principio, medio y fin: una petición al ministro de Hacienda»). Sobre todo porque desde el ámbito político no deja de subrayarse la importancia de la I+D+i para superar estos tiempos grises. Es cierto, no hay comparecencia gubernamental relacionada con la marcha de la economía que no incluya algunos términos que a fuerza de repetirlos se han convertido en mantra: competitividad, conocimiento, innovación, internacionalización… como claves para salir de la crisis. ¿De verdad de la buena? Se podía empezar por el CSIC para no dejar que llegue el temido momento de echar el…
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